Su mirada estaba vacía, no sentía, no
transmitía. Sus ojos miraban impasible,
fríamente.
El hambre
y el cansancio se delataban en los huesudos pómulos de su tez, que se
contrarrestaba con la mirada fija y
segura de sus ojos.
La seriedad
inundaba su cara y los músculos estaban en tensión.
Sus labios estaban apretados con fuerza
uno contra otro tragándose las palabras.
Tenía el torso desnudo, con magulladuras fruto de la violencia, heridas fruto de la crueldad.
Su
corta edad era evidente.
Sus estrechos brazos estaban en tensión, aguantando con fuerza lo que sus manos sostenían.
Entre ellas, una mortal metralleta
amenazaba el cielo.
Su
cara imponía, y el delgado dedo
junto al gatillo daba a entender que no
era un juego.
No había ni rastro de la inocencia propia de un niño, de la alegría o de la tristeza propias del ser humano, de la vida propia de la humanidad.
Ni
un solo indicio de compasión.
Tenía un porte firme, seguro. Parecía ser plenamente consciente de lo que hacía.
Estaba dispuesto a todo, y su mirada
retaba a cualquiera que le desafiara.
Intenté creer que había algo más allá de
la helada mirada. Puede que él desconociera la vida más allá de la violencia,
puede que al robarle su infancia se
llevaran su vida, encadenada a su sonrisa.
Suspiré y volví a mirar el título. “Niños
soldado: el impiadoso robo de la infancia”. Sentí lástima por aquellos que recurren a destrozar la inocencia de
niños privándolos de vivir y, sobretodo, de sonreír.
Lau
"He llegado por fin a ser lo que quería ser de mayor: un niño". Joseph Heller
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